miércoles, 2 de enero de 2008

Coronaciones y convalidaciones

Hace muchos años tenía entendido que para coronar canónicamente a una virgen, ésta debía cumplir tres requisitos: tener al menos 100 años de antigüedad, suscitar gran devoción y disponer de una corona de oro (no vale plata sobredorada). Ignoro si se trataba de un mito o una realidad, pero estos esquemas se me vinieron abajo con la coronación en 1988 de la Virgen de las Angustias: una imagen con bastante devoción (digo bien: bastante) pero con apenas medio siglo de existencia (lo del material de la corona, ni idea). Seis años más tarde fue coronada canónicamente la Virgen de la Encarnación, ciertamente más que centenaria pero con una devoción circunscrita al castizo barrio de La Calzada. ¿Por qué estas coronaciones? Por un lado se murmura que en la de las Angustias medió la Duquesa de Alba, y por otro el entonces arzobispo Fray Carlos Amigo Vallejo jamás ocultó su afecto a Nuestra Señora de la Encarnación. Lo cierto es que sendas coronaciones canónicas constituyeron el punto de partida del “boom” de coronaciones que actualmente vivimos.

Ahora bien, ¿se deben coronar todas las vírgenes, o sólo aquéllas que por su gran devoción lo “merezcan”? (Porque ya lo de la “edad” de la virgen en cuestión o si la corona es de oro o de latón creo que es irrelevante: hablamos de devoción.) En este punto voy a insertar los nombres de las dolorosas coronadas canónicamente hasta la fecha, a saber: Amargura, Macarena, Esperanza de Triana, Angustias, Encarnación, Estrella, Dolores del Cerro, Valle, Rosario de Montesión, Palma, Esperanza de la Trinidad y la O. Yo me pregunto: ¿tienen TODAS estas dolorosas tanta devoción como para que sean coronadas, o sólo algunas? ¿Inspiran suficiente fuerza devocional las vírgenes de la Paz, Refugio, Caridad o Regla, las próximas que van a solicitar a Palacio su coronación canónica? Mi respuesta es un rotundo SÍ. Muchas gozan de gran devoción generalizada en Sevilla, pero TODAS están “coronadas canónicamente” en los corazones de cada miembro de la hermandad, de cada cofrade, de cada devoto íntimo y particular, que sueña con tan alto distintivo para la virgen de sus amores. Fray Carlos Amigo supo rectificar sabiamente el, a mi juicio, gran error de no imponer la presea a la Virgen del Valle en 1990 coronando más tarde a su Virgen de la Encarnación. Sin decirnos una sola palabra, el franciscano nos estaba lanzando una señal: TODAS las dolorosas merecen ser coronadas por el simple hecho de que en lo más profundo de nuestro corazón nuestras vírgenes lo merecen, tal es el amor que les profesamos. Y lo terminó de demostrar con la Virgen de la Palma. Si se fijan ustedes, desde 1990 Fray Carlos no se ha vuelto a retractar, sino que ha dado vía libre a todas las coronaciones canónicas propuestas. Yo aplaudo la postura de nuestro cardenal, si bien percibo un inconveniente: reconozco que tanta coronación puede desvirtuar su significado e importancia. Pero merece la pena ver las caritas de los hermanos que ven con infinita ilusión la anhelada imposición de la presea sobre las benditas sienes de la virgen que tanto aman.



Imposición de la presea a Nuestra Señora de Gracia y Esperanza en 1947 por el cardenal Segura. Fuente: web de la hermandad de San Roque.

Aunque ya he expuesto mis conclusiones sobre el tema, no quiero terminar sin mencionar otro tipo de coronaciones canónicas: las llamadas “convalidadas”. Hace unas décadas los cardenales Segura y Bueno Monreal respectivamente impusieron la corona a algunas dolorosas en el transcurso de la ceremonia de bendición de dicha presea. Este hecho, que se produjo en todos los casos con solemnidad pero sin especial suntuosidad (nada de procesiones extraordinarias, etc.), ha servido para que algunas de las hermandades implicadas soliciten su “convalidación” como verdaderas coronaciones canónicas: es el caso de las hermandades de San Roque (1947) y Santa Genoveva (1972), si bien en otras hermandades como San Isidoro (1950) veo improbable que lo soliciten a corto-medio plazo. Se me ocurren varias cuestiones: ¿puede considerarse este tipo de coronaciones de “segunda categoría” o equiparables a las otras? ¿Por qué no la ha solicitado aún San Isidoro?



Imposición de la presea a Nuestra Señora de Loreto en 1950 por el cardenal Segura. Fuente: Foro Las Cofradías.

Pienso, como dejé claro más arriba, que el hermano y cofrade que ama a su dolorosa tiene derecho a verla coronada o al menos reconocida como coronada, pues es la más alta de las distinciones hoy en día en el seno de las hermandades, y no debe sentir el mínimo atisbo de vergüenza por ello, sino más bien orgullo sano y la satisfacción de ver a su virgen coronada canónicamente.

Por cierto, ¿para cuándo las potenciaciones canónicas?